sábado, 25 de septiembre de 2010

Esclavos del siglo XXI. Periódico La Crónica

Saúl Arellano. Opinión

Domingo 26 de Sep., 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=534246 

Hay una tendencia global, impulsada sobre todo por los organismos internacionales de mayor peso político y financiero, a utilizar un lenguaje “aséptico”; ante lo impronunciable recurren a términos “neutros” desde los cuáles y bajo la lógica de lo “política y diplomáticamente correcto”, que contribuyen, aun sin proponérselo, a reproducir lo monstruoso.

En México, amantes casi siempre de las modas y de lo conceptualmente efímero, la tendencia se reproduce y al menos en el ámbito de lo social, hoy padecemos una anemia teórica que en el fondo lo que nos evidencia es una anemia moral para llamarle a las cosas por su nombre, pero sobre todo para encontrar nuevos significados y referentes que nos lleven a pronunciar todo aquello que no queremos reconocer ante nosotros mismos.

Lo peor es que la tendencia se institucionaliza: a los viejos se les llama “adultos mayores”; a los abandonados se les dice “personas en situación de calle”; a los hambrientos se les sitúa como “personas en pobreza multidimensional extrema”…

Lo extremo en todo caso es esa forma de fuga social, mediante la cual pretendemos no darnos cuenta de las aberrantes condiciones que se viven en todo el planeta, de la frivolidad que caracteriza a nuestras sociedades y del cinismo de los poderosos, quienes buscan a toda costa aparecer como “buenas conciencias” llenándose la boca, en cada ocasión propicia, de preocupaciones y conciencia social.

En medio de la indiferencia social, la desesperanza, se instala y abruma a los más pobres, a los exiliados del bienestar, a quienes los peores males sociales aquejan siempre con una fuerza brutal, comparable ni más ni menos con las peores amenazas vertidas por los dioses, cuando de amedrentar a los humanos se trata.

Nuestra cultura cierra los ojos y pretende negar que las víctimas existen, porque de reconocerlo tendría que identificar a los victimarios y exigirles el cese de sus acciones. Y como en nuestras sociedades se asume que aquello que no se nombra no existe, se impone el silencio a manera de exorcismo social y liberación de responsabilidades.

Ante las situaciones límite hemos tenido las mayores omisiones y en ello, el crimen de la trata de seres humanos resulta ejemplar. Resulta sorprendente que frente a la evidencia de que al menos 12.5 millones de personas son víctimas de trabajo forzado en todo el mundo (así lo consigna la OIT), ni la indignación masiva se impone ni mucho menos el escándalo crece y genera una movilización de gran escala para exigir el cese de tan aberrante circunstancia.

En México se ha denunciado una y otra vez que hay miles de víctimas, lastimadas y esclavizadas no sólo por los malhechores, sino por los testigos silentes en que nos hemos convertido, volviéndonos también en verdugos por omisión en la condena y exigencia de que ese crimen debe parar.

Hay quienes han denominado a ciertos delitos como “crímenes de odio”; empero, el concepto hoy resulta relativamente limitado y tendríamos que ser capaces de comenzar a hablar de crímenes de vileza, en los que la infamia de quienes los perpetran, pero también de quienes permanecen como testigos mudos, lastima a todos y cada uno de los seres humanos, porque es precisamente lo humano lo que desaparece cuando tales crímenes son cometidos.

Hacer visible lo tenebroso que hay en la voluntad de esclavizar, someter y explotar a un semejante es urgente; por ello hacen falta mucho más espacios públicos que nos permitan dialogar en cordialidad y encontrar nuevas rutas para el encuentro y la solidaridad ante lo que vale la pena y hace digna la vida.

Por ello es de celebrarse que la universidad pública en nuestro país esté asumiendo el liderazgo ético, tratando de reconducir procesos para los encuentros cara a cara, y para proponer soluciones a los problemas más ingentes que nos aquejan, pero que sobre todo nos despojan de nuestra humanidad.

Ejemplo de lo anterior es la unión de esfuerzos de la Universidad de Guanajuato con el Seminario UNAM de la Cuestión Social, las cuales, en alianza con la Secretaría de Desarrollo Social del Gobierno de Guanajuato, lograron concitar con motivo del Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, a numerosas dependencias públicas, organizaciones de la sociedad civil, representantes del gobierno federal y del Congreso de la Unión, así como organismos públicos y privados de diversos estados de la República, a fin de debatir públicamente sobre cómo erradicar esos crímenes de vileza en México.

Lo que se puede mostrar con este tipo de eventos, es que discutir públicamente puede permitirnos comprender que la hora de la justicia es la que tenemos enfrente, y que debe haber una condena unánime y permanente en torno a la crueldad ejercida en contra de nuestros semejantes.

Aún podemos convertirnos en un diálogo; aún podemos lograr que entre nosotros reine lo espiritual y conseguir que lo humano se imponga, que cese la impunidad del mal radical expresado en crímenes como el de la trata de personas y construir en el siglo XXI una sociedad en la que la sola idea de la esclavitud resulte tan horrenda, que todos estemos dispuestos a combatirla y erradicarla.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Lección del Bicentenario: pueblo ejemplar, gobiernos mediocres. La Crónica

Saúl Arellano

Opinión, Domingo 19 de Sep., 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=532895

Dedicado a nuestra hermosa patria en el Bicentenario

México puede ser definido el pueblo de la fiesta. En nuestro Ser —dicho en el más profundo sentido del término— conviven la alegría y el pesar, la algarabía y la angustia del día a día. Nada más parecido a la celebración, que no es otra cosa sino remembranza de tragedias y su catarsis vía el desfogue pletórico de música y baile.


Huraños siempre, exigimos a los demás que se definan; pero una vez que se ha generado la apertura del otro, el mexicano transita de la amistad a la hermandad vía la comida, primero, y la borrachera después; símbolo de confianza y entrega, abandono al éxtasis del olvido y la alegría; signos todos que buscan, de manera por demás extraña, alejar de la vida la violencia y la tristeza.

Estas manifestaciones tienen sus lados oscuros, hoy más que nunca expresados en la violencia sádica desatada por el crimen organizado; violencia fraticida que está acabando con miles de jóvenes y ante la cual no alcanzamos a vislumbrar la salida ni el antídoto para contrarrestar el veneno que ha inundado las venas de nuestra patria.

Poco de esto se encontró en las fiestas organizadas por un Gobierno mediocre que propuso en el “arte abstracto” y “alegorías” que casi nadie entendió, retratar lo que somos. Para lograrlo no había más que salir a la calle y poner atención, y darse cuenta de que México es un pueblo vivo, alegre, que busca desesperadamente reencontrarse en sus raíces para ser lo que debemos ser.

Penosamente, ante la vitalidad de una nación deseosa de festejar, el Gobierno de la derecha decidió gastar más de mil millones de pesos en un evento que parecía más la inauguración de un espectáculo deportivo, que una magna conmemoración, es decir, el encuentro con nuestra memoria pensada y vivida; y con ello la vivencia de los sueños que aún debemos construir y alcanzar.

Así, el Lic. Felipe Calderón, de la mano de un gris secretario de Educación con aspiraciones presidenciales, tomó la ruta fácil de organizar un espectáculo aldeano, eso sí, magnificado y con alta tecnología, y se olvidó de lo importante: asumir que el Bicentenario debía ser una invocación, una fecha simbólica para propiciar la reconciliación de una nación atribulada por la violencia, la pobreza, las desigualdades y la vulnerabilidad ante la realidad inevitable del cambio climático.

Todas las generalizaciones son peligrosas, pero puede sostenerse que ningún gobierno en los estados y los municipios pudo ni supo estar a la altura de un pueblo que sigue cantándole a la libertad; que está orgulloso de sus instituciones; que se emociona ante nuestra hermosa Bandera y al que se le enchina la piel al escuchar nuestro Himno Nacional.

El Bicentenario y su conmemoración era momento de rescatar a Quetzalcóatl y a toda la cultura del Toltecáyotl, de la cual abrevaron los chichimecas, tezcocanos, los del Reino de Azcapotzalco, los tlaxcaltecas y por supuesto los aztecas.

Nos olvidamos de los cantos y las flores, del culto al pueblo del sol que fuimos y que en muchos sentidos no hemos dejado de ser; olvidamos darle nuevos referentes a una Colonia que fue capaz de generar un “siglo de oro”; del heroísmo de los forjadores de la Independencia y del talante de quienes les sucedieron: de Guadalupe Victoria y de José María Luis Mora, el gran presidente Juárez y toda la Generación del 57, por citar sólo algunos ejemplos.

Olvidamos que la traición también ha estado a la orden del día en apellidos como los de Iturbide, Santa Anna, Miramón y Mejía, Porfirio Díaz y Huerta a la cola de la lista, pero el primero en miseria humana. Nombres que hoy la derecha busca desesperada reivindicar para justificar la reescritura de una historia, siempre en el pasado, ante su incapacidad de vernos en nuestros dilemas de hoy y en nuestras posibilidades futuras.

Rememorar es ir en busca del tiempo perdido a fin de construir un tiempo recobrado; se trata de superar la mentalidad del “pelado”, como le llamaría don Samuel Ramos a lo peor de nuestra idiosincrasia; se trata de salir del Laberinto de la Soledad de Paz; de dejar atrás al páramo y el llano en llamas, territorio en el cual surgen las ventiscas que llegan y “nos alevantan”.

El pueblo que somos no merece a los políticos que dicen representarnos: llenos de mezquindad y mediocridad en visión y propósitos, no tienen ni pueden tener el arrojo de soñar, de anhelar de veras, un país de libertad por el cual vale la pena vivir y luchar cada día.

Cuando más deberíamos tener claro lo que ha de venir mañana, en nuestro Bicentenario enfrentamos un futuro incierto ante el cual los ciudadanos de a pie tenemos el reto de asumir con arrojo la construcción de nuevos liderazgos a la altura de gigantes que como Hidalgo, Allende, Morelos y Guerrero, estén dispuestos a soñar y a pelear por lo mejor que tenemos: la vitalidad y el privilegio de ser, a pesar de los historiadores de moda, un pueblo mítico, nada menos que el pueblo del sol.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El Bicentenario, veinte años después. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Opinión Domingo 12 de Sep., 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=531634
 
Me ha dado vueltas en la cabeza una pregunta elemental: ¿qué se va a decir de nuestra generación, la del Bicentenario, dentro de 20 años? La cuestión es angustiante porque de entrada, los festejos han resultado un fiasco que no han dejado nada importante para el país; a la fecha, lo único que se ha entregado a tiempo y que tiene posibilidades de perdurar es la Galería Nacional.

Honrar el Bicentenario nunca se ha comprendido en Los Pinos. No se trataba de organizar un dispendio de más de mil quinientos millones de pesos, de los cuales nadie ha rendido cuentas, y que supuestamente se van a erogar los días 15 y 16 de septiembre. Y a menos que demuestren que la luz con la que se dará el espectáculo en Paseo de la Reforma y en el Zócalo fue traída de Venus, será muy difícil comprobar que esa kermés costó la ofensiva suma de la que aquí se habla.

Si se suma lo que tanto el Gobierno Federal como algunos de los estados han erogado en la organización de los festejos, tenemos una cantidad superior a la que tiene el Sistema Nacional DIF como presupuesto anual. Es decir, con lo que se invertirá en las fiestas aldeanas que se han preparado, pudimos haber repartido más de 50 millones de desayunos escolares en todo el país, cifra que en una nación agraviada por el hambre, no hubiese sido un desperdicio.

Llegamos pues a las más importantes fiestas patrias que se podrán realizar en dos centurias, divididos y extraviados en torno a rutas transitables para reconstruir nuestro tejido social y el sentido de nación que nos puede dar unidad e identidad.

Es duro pensar que en 20 años seremos recordados como la generación que dilapidó de manera idiota la más importante oportunidad para llevar a cabo una reflexión importante sobre qué país queremos luego de 200 años de libertad y de casi 100 años de vigencia de una Constitución y un orden institucional surgidos de una Revolución que nos costó más de un millón de muertos.

Es probable que seamos recordados como una generación incapaz y de impotentes que no tuvimos el arrojo de soñar por un México justo. Que no tuvimos la fuerza y la inteligencia, pero sobre todo, la generosidad de replantearnos nuestros pactos sociales más elementales, nuestros métodos de diálogo y nuestras capacidades de solidaridad.

Me imagino a las niñas y niños, hoy menores de cinco años, ofreciéndonos en el año 2030, en el mejor de los casos, una mirada compasiva ante nuestra torpeza, y por qué no decirlo, nuestro egoísmo extremo, al haber pensado sólo en la lógica del día siguiente y no en la construcción de la nación vigorosa y boyante que podemos ser.

De continuar las tendencias sociales, económicas y de salud pública que hoy existen, en ese año habremos agotado definitivamente el bono demográfico; muy cerca del 20% de la población tendrá más de 65 años, sin servicios de salud ni pensiones dignas; tendremos rezagos difíciles de superar en lo que a la economía del conocimiento, la ciencia y las humanidades se refiere, y tendremos una población de más de 120 millones de habitantes en medio de un probable imbatible contexto de una pobreza que estamos sembrando desde hoy.

El juicio será y es desde ahora duro: no fuimos capaces de honrar la memoria de quienes dieron la vida por forjar a este país, aprendiendo a entendernos civilizadamente, a generar una nueva inteligencia social desde la cual se pueda entender que la pobreza no es un indicador del desarrollo económico, sino uno de los peores mecanismos de opresión y control social que pueden existir.

Será muy difícil poder explicar por qué fallamos, a las generaciones de jóvenes que no tendrán todas las oportunidades a que podrían acceder, si nos decidiéramos de una vez por todas a transformar las estructuras de desigualdad y de privilegio para unos cuantos, y convertirlas en espacios para la cobertura universal en salud, educación y alimentación, todo en un contexto de trabajo digno para cada uno de los mexicanos.

Diálogo; es la palabra que Felipe Calderón no comprende y que no ha querido incorporar no como parte de su discurso, sino como guía de sus acciones de Gobierno. Acuerdo y consenso; otros dos conceptos que a pesar de la trayectoria del licenciado Calderón, ha omitido y ha hecho a un lado en la práctica cotidiana de la política.

Ante todo ello, es preciso reivindicar el derecho a festejar y a sentirnos orgullosos de nuestro país a pesar de nuestros gobernantes. No podemos hoy dar marcha atrás ni podemos sucumbir ante la mediocridad y la indolencia de las elites políticas de nuestro querido México.

Ante la amargura de lo que representa la política nacional, los mexicanos tenemos la responsabilidad de enseñarle a nuestros niños, niñas y adolescentes, y con ello recordarnos a nosotros mismos, que las seis letras que componen el bello nombre de nuestro país, significan y transportan más de 500 años de lucha, de trabajo y de dignidad y que por ello vale la pena llenarse de orgullo gritando en estos días ¡que viva México!

domingo, 5 de septiembre de 2010

Un siniestro informe de Gobierno. Periódico La Crónica

Saúl Arellano
Opinión Domingo 5 de Sep., 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=530235
 
Felipe Calderón debió enviar su Informe de Gobierno al Congreso, con una convocatoria adjunta a construir un Gobierno de transición para restablecer los acuerdos fundamentales que como país nos dan cohesión e identidad.

Los resultados que el Ejecutivo Federal entrega a la nación son desastrosos. En materia de seguridad pública, economía y desarrollo social representan una fractura de inmensas proporciones, que son desde luego inaceptables para un país que aspira a la equidad.

Para completar el cuadro de la tragedia, la Presidencia de la República despliega una campaña publicitaria sustentada en mensajes que nadie entiende. Por citar sólo el peor de todos, el relativo al Seguro Popular, baste decir que resulta tremendamente confuso decir que al inicio de su mandato prometió cobertura universal en salud y que a cuatro años de gobierno, se han afiliado a ese esquema de servicio 30 millones de mexicanos, es decir, menos del 30% de la población nacional. ¿A eso se le puede llamar universalidad?

En contraste, la Encuesta Nacional de Empleo y Seguridad Social, 2009 muestra que hay más de 28 millones de mexicanos que carecen de todo sistema de protección social y atención médica, incluidos los servicios privados de salud. Peor aún, de acuerdo con los datos de esa encuesta, son los más pobres quienes más gastan en salud en nuestro país.

En materia económica, a pesar de los engañosos comerciales en los que se dice que se han creado más de 800 mil empleos, lo cierto es que la tasa de desocupación no se ha reducido un ápice a lo largo de los últimos tres trimestres, es decir, desde septiembre de 2009 hasta junio de 2010, este indicador se ha mantenido en 5.3% con respecto a la Población Económicamente Activa, lo que significa que hay en el país más de 2.4 millones de personas “desocupadas”.

Adicionalmente, la fractura del mundo del trabajo se expresa en el imparable crecimiento de la economía informal, en la que ya se encuentran casi 13 millones de personas, que representan prácticamente el 29% de la PEA; es decir, uno de cada cuatro personas ocupadas lo están en el sector informal.

He venido señalando desde hace meses que el número de pobres crecería significativamente para finales de este año, y el más reciente estudio del Tecnológico de Monterrey en la materia, ratifica que al finalizar el 2010 habrá al menos siete millones de personas en condición de pobreza, adicionales a las que había en 2009; es decir, cerraremos el año con la mitad de la población en la pobreza.

Por esto la pregunta obligada es ¿de dónde viene la siniestra sonrisa del Licenciado Calderón en sus mensajes publicitarios? ¿De verdad piensa que anima a la sociedad reiterando constantemente que tener muchos problemas lo impulsan a trabajar más arduamente?

¿No es ofensivo que el Presidente sostenga en el programa de noticias más visto del país, que el momento más difícil de su sexenio fue la muerte del Lic. Mouriño?; ¿Y los 49 niños muertos de la guardería ABC? ¿Y el darse cuenta de que los jóvenes asesinados en Ciudad Juárez no eran criminales? ¿Y los jóvenes asesinados en el Tec de Monterrey a quienes les sembraron armas y golpearon agonizantes? ¿Y las granadas el 15 de septiembre de 2008 en Morelia?

Al frivolizar sus preocupaciones el Presidente frivoliza su mandato. Y si no es capaz de darse cuenta de lo que está diciendo y del mensaje que nos da a los mexicanos en torno a los problemas que le afectan, entonces no merece el privilegio de ser el Presidente de México, menos aún en el Bicentenario y en el Centenario de la Revolución Mexicana.

Felipe Calderón debe darse cuenta de que su gobierno ya fracasó; que su proyecto, cualquiera que éste haya sido, no tiene futuro, y que es tiempo de convocar a la nación a refundar nuestro pacto social.

Ante las calamidades que nos aquejan, lo único que nos alcanza a ofrecer el Ejecutivo es más violencia y más muertos, ratificando que la suya es una Presidencia monotemática, obtusa y sin altura de miras.

Por eso insisto, Calderón debería hacer un llamado, desde ya, a construir un Gobierno de transición que incluya en el Gabinete a las figuras con mayor autoridad ética en el país, y que nos permita llegar al 2012 con acuerdos fundamentales para garantizar que, sea quien sea el nuevo presidente, esté obligado y cuente con los instrumentos necesarios para reconciliarnos como país.

Se ha dicho en numerosos espacios, que para Calderón se agotó el tiempo y debe decidir si seguirá actuando como el jefe de una facción de su partido, y con ello encaminarse junto con Fox al “basurero de la historia”, o recomponer el rumbo y actuar como el Jefe de Estado que está obligado a ser.

No podemos seguir posponiendo la realización de los anhelos de quienes nos dieron un país en el cual vivir y buscar el bienestar, y tampoco seguir actuando con mezquindad. Tenemos el reto de atrevernos a soñar y a tener el arrojo de perseguir esos sueños con toda nuestra energía porque de no hacerlo, será la cobardía la que marque nuestro futuro.