sábado, 8 de enero de 2011

Calderpon y los síntomas de un gobierno enfermo. Periódico La Crónica

Sostenía el filósofo Nietzsche que para ser lo que es, la modernidad requiere de tanta enfermedad y decadencia, como los griegos antiguos exigían el exceso de la fuerza y la vitalidad. En nuestros días, es difícil encontrar una idea que nos ayude a comprender mejor lo que está ocurriendo con el gobierno de Felipe Calderón y en general con el sistema político mexicano.

Los cambios que anunció la Presidencia de la República el pasado viernes 7 de enero confirman el proceso de descomposición en que se encuentra la administración, ante el inexplicable regocijo presidencial y su embustera publicidad a través de la cual pretende hacer creer a la población que todo va bien y que es cuestión de tiempo para comenzar a ver resultados positivos.

En una reciente entrevista, el maestro Carlos Fuentes sostenía que el mayor problema de Calderón consistía en lo “chato” de su Gabinete; elegido así, en palabras del escritor, porque pareciera que Calderón integró un equipo de trabajo en el cual ninguno de sus colaboradores podía ser mejor que él.

Tal diagnóstico habla de la llana medianía del primer mandatario, con las funestas consecuencias que tiene para lo que es deseable y exigible en una República que aspira a vivir con base en el apego irrestricto a la que establece nuestra Constitución.

En efecto, en la Presidencia y su gabinete se expresan los peores valores de una sociedad decadente: defensa a ultranza de una economía rapaz diseñada para generar explotación y reproducir la miseria; ataques constantes a las libertades, con especial énfasis en contra de aquellas relacionadas con la vitalidad sexual y la fuerza física; renuncia explícita a una sociedad cimentada en los derechos humanos y, sobre todo, la renuncia definitiva a la búsqueda de la excelencia.

Si se piensa en la educación, por ejemplo, Calderón y obviamente el secretario Lujambio, bien podrían ser acusados de ser corruptores de la juventud. Condenar a millones de niñas, niños y adolescentes al aprendizaje de una decadente visión del mundo —además de que se enseña mal— implica condenarlos a repetir la mediocridad de la dirigencia política que hoy toma las decisiones en el país.

En materia de salud es complicado encontrar un contrasentido mayor cuando se piensa en términos de lo que es una República. La enfermedad generalizada entre la población, no es sino el síntoma mayor de un gobierno incapaz y de un sistema político en descomposición.

Ahora que la Presidencia se empeña en insistir en que se está cerca de la cobertura universal en salud, vale la pena recordar que las principales causas de enfermedad y muerte en México están asociadas precisamente con la obesidad y la violencia; es decir, dos fenómenos de salud pública que son altamente prevenibles, pero más aún, fenómenos cuya presencia nos muestran el tipo de valores y prácticas que rigen nuestras vidas.

Sabemos que al menos dos de cada tres mexicanos viven con sobrepeso u obesidad; que los accidentes, homicidios y suicidios son las primeras causas de muerte entre los jóvenes de 14 a 19 años; y que las cardiopatías matan más que el cáncer. Ante ello, si se reflexiona con seriedad, cabe perfectamente pensar que vivimos en una sociedad de perezosos e intemperantes, si se piensa, por ejemplo, desde Aristóteles.

Una sociedad así no es sino producto de años de descomposición, pobreza y hambre, tanto física como espiritual, en cuya cúspide nos encontramos con los gobiernos del PAN. Que personas como Vicente Fox y Felipe Calderón puedan ser presidentes de México, habla de la profunda corrupción ética que priva en México.

En efecto, ambos mandatarios no son producto de la “evolución democrática”, sino antes bien, constituyen el mayor síntoma de lo lejos que estamos de una República vigorosa, fuerte, decidida por todos los medios a vivir de la mejor manera posible con base en valores vitales, festivos y de potencia
espiritual.

Ante la desbocada carrera electoral que ya inició rumbo al 2012, las y los mexicanos tenemos la responsabilidad de levantar la mirada y exigir a quienes aspiren a gobernarnos, ser personas ejemplares: verdaderos líderes cuyas acciones estén caracterizadas por la inteligencia y la probidad ética.

Lo mismo aplica para quienes busquen ser candidatos y representantes de la Nación. No podemos aceptar más a una runfla de incompetentes que lo único que buscan es el enriquecimiento, la fama personal y el poder de la impunidad, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado de la República.

No podemos seguir tolerando un IFE cuyos consejeros están muy lejos de representar a lo mejor de las virtudes ciudadanas. Más allá de cargos y posiciones que les han dado antes de esta responsabilidad sus jefes políticos, ninguno de los consejeros de ese Instituto han acreditado una vida de excelencia ciudadana que permitiera al menos justificar sueldos de nueve mil pesos diarios.

Nuestro Gobierno está enfermo y parece que ha caído en “fase terminal”. Lo que los ciudadanos no podemos permitir es que nos arrastre en su incapacidad y mediocridad, y peor aún, que nos lleve a la destrucción institucional de la República. Ese es, definitivamente, un lujo que no podemos darnos.

sábado, 1 de enero de 2011

Juan María Alponte, un hombre sabio. Periódico La Crónica de Hoy

Saúl Arellano. Opinión. Domingo 2 de Enero, 2011http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=552566
Nos dice George Steiner en su texto Lecciones de los maestros, que el profesor no es más, pero tampoco menos que un auditor y mensajero cuya receptividad inspirada y después educada le ha permitido aprehender un logos.
Aprender un logos implica tener la capacidad de desentrañarlo, y en consecuencia, de comunicarlo, a pesar de los escépticos. La aprehensión consecuente de tal logos, el ser depositario de una forma de racionalidad, es decir, de una forma de comprender y codificar al mundo, convierte al profesor en custodio de una o de varias tradiciones.
En México hemos tenido grandes profesores, inspirados sin duda, que han cumplido con gran dedicación con su responsabilidad pedagógica. Reconocerlos es reconocernos todos en una comunidad compartida de pensamiento crítico; porque es en el proceso dialéctico del lenguaje y la acción comunicativa, en donde el logos se pone en movimiento y se concreta como tal.
Cuando el profesor es además de un depositario del logos, un generoso cómplice de la formación de mentes jóvenes, y cuando tal generosidad está acompañada de humildad, el profesor asume la posición, casi siempre involuntaria, de mostrarse como un verdadero filósofo, un amante continuo de la sabiduría.
Ser sabio es mucho más que estar en simple posesión de la sabiduría; porque poseerla exige cultivarla, alimentarla y ser respetuoso de sus exigencias: disciplina, pensamiento crítico, lecturas y reflexiones interminables, pero sobre todo, el ser consecuente con una infinita vocación de habla; de ser siendo dado, como expresaría bellamente Jean-Luc Marion.
Juan María Alponte ha escrito a lo largo de su vida en distintos diarios y cuenta con una portentosa obra de al menos 35 títulos, casi todos publicados por nuestra UNAM; a lo largo de su trayectoria ha acreditado no sólo una brillantez excepcional, sino ante todo una enorme capacidad de sintetizar lo complejo.
De manera afortunada, llegó a mis manos recientemente su Homero entrevista al mundo, libro prologado por Otilio Flores, amigo y profesor de gran lucidez. En él, Alponte sintetiza su visión de la vida y de la realidad, maravillosamente narrada a través de los ojos de Homero.
No se trata sólo de un ejercicio literario de una imaginación inaudita (imaginación, término aristotélico de alcances mayores); en el libro se nos abre una mirada universal a muchas de las cuestiones que nos son o deberían sernos, problemáticas en nuestro mundo atribulado.
Ahora que estamos a una década de lo que Alponte ha llamado el siglo de los totalitarismos, podemos ver a través de su obra justamente el retrato de una familia universal babélica, confusa y confundida en sus lenguajes, pero también en su noción de sí misma; en su incapacidad de comprender que la humanidad es una y que requerimos de una nueva ética de alcances globales a fin de recomponer el sentido de lo que somos y podemos ser.
Comprender nuestro tiempo en clave de barbarie constituye un reto de enormes consecuencias porque nos sitúa, como expresaría Levinas, en “la otra orilla”, en la posición del otro para visualizar, por vez primera o quizá de manera necesariamente reiterada, que es tiempo de un nuevo proyecto civilizatorio.
México y el mundo es el nombre con el que ha aparecido la columna con la que Juan María Alponte ha ofrecido una mirada serena, pero implacable, en torno a las cuestiones de mayor calado de nuestro tiempo. Su lectura es obligada en el aún árido panorama de la opinión pública en nuestro país.
Recuerdo que siendo su alumno en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nos hizo una generosa invitación a varios de sus estudiantes a visitar su casa; fue ahí en donde conocí a Giordano Bruno, gigante del pensamiento moderno y que por cierto, en esa época, dio también nombre a uno de sus espléndidos gatos.
De quienes ahí estuvimos, no hay nadie que no reconozca en Alponte a un verdadero educador, y a un extraordinario maestro; su erudición y dominio de varias lenguas hacen de él el mejor de los charlistas, no sólo por lo que sabe y dice, sino precisamente por su disposición de hablar y darse a través del más preciado de los dones humanos: el lenguaje.
La escritura de este hombre contiene, como gustaba en llamarles el filósofo Eduardo Nicol (otro hombre sabio), Palabras Mayores. En sus textos el Verbo fluye, renace y se reconcilia en distintos momentos de maravillosa dialéctica.
La alocución latina Scripta manent, asume toda su dimensión en la obra de Alponte, porque sus palabras están articuladas para perdurar, si es que encuentran, y eso ya es decisión de cada uno, lectores con el talante para asumir la responsabilidad de dialogar y de completar la dialéctica del logos, en la lectura sí, pero también en la reflexión y la nueva escritura a fin de construir pensamiento nuevo.
Alponte ha arrojado luces —y sigue haciéndolo— que nos permiten vislumbrar mejor a nuestro país, en el contexto del logos que orienta y determina a nuestra civilización. Y es la posesión, la comprensión y la capacidad de expresar tal logos, lo que hace de Juan María Alponte, uno de los hombres sabios de nuestros días.