domingo, 12 de septiembre de 2010

El Bicentenario, veinte años después. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Opinión Domingo 12 de Sep., 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=531634
 
Me ha dado vueltas en la cabeza una pregunta elemental: ¿qué se va a decir de nuestra generación, la del Bicentenario, dentro de 20 años? La cuestión es angustiante porque de entrada, los festejos han resultado un fiasco que no han dejado nada importante para el país; a la fecha, lo único que se ha entregado a tiempo y que tiene posibilidades de perdurar es la Galería Nacional.

Honrar el Bicentenario nunca se ha comprendido en Los Pinos. No se trataba de organizar un dispendio de más de mil quinientos millones de pesos, de los cuales nadie ha rendido cuentas, y que supuestamente se van a erogar los días 15 y 16 de septiembre. Y a menos que demuestren que la luz con la que se dará el espectáculo en Paseo de la Reforma y en el Zócalo fue traída de Venus, será muy difícil comprobar que esa kermés costó la ofensiva suma de la que aquí se habla.

Si se suma lo que tanto el Gobierno Federal como algunos de los estados han erogado en la organización de los festejos, tenemos una cantidad superior a la que tiene el Sistema Nacional DIF como presupuesto anual. Es decir, con lo que se invertirá en las fiestas aldeanas que se han preparado, pudimos haber repartido más de 50 millones de desayunos escolares en todo el país, cifra que en una nación agraviada por el hambre, no hubiese sido un desperdicio.

Llegamos pues a las más importantes fiestas patrias que se podrán realizar en dos centurias, divididos y extraviados en torno a rutas transitables para reconstruir nuestro tejido social y el sentido de nación que nos puede dar unidad e identidad.

Es duro pensar que en 20 años seremos recordados como la generación que dilapidó de manera idiota la más importante oportunidad para llevar a cabo una reflexión importante sobre qué país queremos luego de 200 años de libertad y de casi 100 años de vigencia de una Constitución y un orden institucional surgidos de una Revolución que nos costó más de un millón de muertos.

Es probable que seamos recordados como una generación incapaz y de impotentes que no tuvimos el arrojo de soñar por un México justo. Que no tuvimos la fuerza y la inteligencia, pero sobre todo, la generosidad de replantearnos nuestros pactos sociales más elementales, nuestros métodos de diálogo y nuestras capacidades de solidaridad.

Me imagino a las niñas y niños, hoy menores de cinco años, ofreciéndonos en el año 2030, en el mejor de los casos, una mirada compasiva ante nuestra torpeza, y por qué no decirlo, nuestro egoísmo extremo, al haber pensado sólo en la lógica del día siguiente y no en la construcción de la nación vigorosa y boyante que podemos ser.

De continuar las tendencias sociales, económicas y de salud pública que hoy existen, en ese año habremos agotado definitivamente el bono demográfico; muy cerca del 20% de la población tendrá más de 65 años, sin servicios de salud ni pensiones dignas; tendremos rezagos difíciles de superar en lo que a la economía del conocimiento, la ciencia y las humanidades se refiere, y tendremos una población de más de 120 millones de habitantes en medio de un probable imbatible contexto de una pobreza que estamos sembrando desde hoy.

El juicio será y es desde ahora duro: no fuimos capaces de honrar la memoria de quienes dieron la vida por forjar a este país, aprendiendo a entendernos civilizadamente, a generar una nueva inteligencia social desde la cual se pueda entender que la pobreza no es un indicador del desarrollo económico, sino uno de los peores mecanismos de opresión y control social que pueden existir.

Será muy difícil poder explicar por qué fallamos, a las generaciones de jóvenes que no tendrán todas las oportunidades a que podrían acceder, si nos decidiéramos de una vez por todas a transformar las estructuras de desigualdad y de privilegio para unos cuantos, y convertirlas en espacios para la cobertura universal en salud, educación y alimentación, todo en un contexto de trabajo digno para cada uno de los mexicanos.

Diálogo; es la palabra que Felipe Calderón no comprende y que no ha querido incorporar no como parte de su discurso, sino como guía de sus acciones de Gobierno. Acuerdo y consenso; otros dos conceptos que a pesar de la trayectoria del licenciado Calderón, ha omitido y ha hecho a un lado en la práctica cotidiana de la política.

Ante todo ello, es preciso reivindicar el derecho a festejar y a sentirnos orgullosos de nuestro país a pesar de nuestros gobernantes. No podemos hoy dar marcha atrás ni podemos sucumbir ante la mediocridad y la indolencia de las elites políticas de nuestro querido México.

Ante la amargura de lo que representa la política nacional, los mexicanos tenemos la responsabilidad de enseñarle a nuestros niños, niñas y adolescentes, y con ello recordarnos a nosotros mismos, que las seis letras que componen el bello nombre de nuestro país, significan y transportan más de 500 años de lucha, de trabajo y de dignidad y que por ello vale la pena llenarse de orgullo gritando en estos días ¡que viva México!

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