domingo, 19 de septiembre de 2010

Lección del Bicentenario: pueblo ejemplar, gobiernos mediocres. La Crónica

Saúl Arellano

Opinión, Domingo 19 de Sep., 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=532895

Dedicado a nuestra hermosa patria en el Bicentenario

México puede ser definido el pueblo de la fiesta. En nuestro Ser —dicho en el más profundo sentido del término— conviven la alegría y el pesar, la algarabía y la angustia del día a día. Nada más parecido a la celebración, que no es otra cosa sino remembranza de tragedias y su catarsis vía el desfogue pletórico de música y baile.


Huraños siempre, exigimos a los demás que se definan; pero una vez que se ha generado la apertura del otro, el mexicano transita de la amistad a la hermandad vía la comida, primero, y la borrachera después; símbolo de confianza y entrega, abandono al éxtasis del olvido y la alegría; signos todos que buscan, de manera por demás extraña, alejar de la vida la violencia y la tristeza.

Estas manifestaciones tienen sus lados oscuros, hoy más que nunca expresados en la violencia sádica desatada por el crimen organizado; violencia fraticida que está acabando con miles de jóvenes y ante la cual no alcanzamos a vislumbrar la salida ni el antídoto para contrarrestar el veneno que ha inundado las venas de nuestra patria.

Poco de esto se encontró en las fiestas organizadas por un Gobierno mediocre que propuso en el “arte abstracto” y “alegorías” que casi nadie entendió, retratar lo que somos. Para lograrlo no había más que salir a la calle y poner atención, y darse cuenta de que México es un pueblo vivo, alegre, que busca desesperadamente reencontrarse en sus raíces para ser lo que debemos ser.

Penosamente, ante la vitalidad de una nación deseosa de festejar, el Gobierno de la derecha decidió gastar más de mil millones de pesos en un evento que parecía más la inauguración de un espectáculo deportivo, que una magna conmemoración, es decir, el encuentro con nuestra memoria pensada y vivida; y con ello la vivencia de los sueños que aún debemos construir y alcanzar.

Así, el Lic. Felipe Calderón, de la mano de un gris secretario de Educación con aspiraciones presidenciales, tomó la ruta fácil de organizar un espectáculo aldeano, eso sí, magnificado y con alta tecnología, y se olvidó de lo importante: asumir que el Bicentenario debía ser una invocación, una fecha simbólica para propiciar la reconciliación de una nación atribulada por la violencia, la pobreza, las desigualdades y la vulnerabilidad ante la realidad inevitable del cambio climático.

Todas las generalizaciones son peligrosas, pero puede sostenerse que ningún gobierno en los estados y los municipios pudo ni supo estar a la altura de un pueblo que sigue cantándole a la libertad; que está orgulloso de sus instituciones; que se emociona ante nuestra hermosa Bandera y al que se le enchina la piel al escuchar nuestro Himno Nacional.

El Bicentenario y su conmemoración era momento de rescatar a Quetzalcóatl y a toda la cultura del Toltecáyotl, de la cual abrevaron los chichimecas, tezcocanos, los del Reino de Azcapotzalco, los tlaxcaltecas y por supuesto los aztecas.

Nos olvidamos de los cantos y las flores, del culto al pueblo del sol que fuimos y que en muchos sentidos no hemos dejado de ser; olvidamos darle nuevos referentes a una Colonia que fue capaz de generar un “siglo de oro”; del heroísmo de los forjadores de la Independencia y del talante de quienes les sucedieron: de Guadalupe Victoria y de José María Luis Mora, el gran presidente Juárez y toda la Generación del 57, por citar sólo algunos ejemplos.

Olvidamos que la traición también ha estado a la orden del día en apellidos como los de Iturbide, Santa Anna, Miramón y Mejía, Porfirio Díaz y Huerta a la cola de la lista, pero el primero en miseria humana. Nombres que hoy la derecha busca desesperada reivindicar para justificar la reescritura de una historia, siempre en el pasado, ante su incapacidad de vernos en nuestros dilemas de hoy y en nuestras posibilidades futuras.

Rememorar es ir en busca del tiempo perdido a fin de construir un tiempo recobrado; se trata de superar la mentalidad del “pelado”, como le llamaría don Samuel Ramos a lo peor de nuestra idiosincrasia; se trata de salir del Laberinto de la Soledad de Paz; de dejar atrás al páramo y el llano en llamas, territorio en el cual surgen las ventiscas que llegan y “nos alevantan”.

El pueblo que somos no merece a los políticos que dicen representarnos: llenos de mezquindad y mediocridad en visión y propósitos, no tienen ni pueden tener el arrojo de soñar, de anhelar de veras, un país de libertad por el cual vale la pena vivir y luchar cada día.

Cuando más deberíamos tener claro lo que ha de venir mañana, en nuestro Bicentenario enfrentamos un futuro incierto ante el cual los ciudadanos de a pie tenemos el reto de asumir con arrojo la construcción de nuevos liderazgos a la altura de gigantes que como Hidalgo, Allende, Morelos y Guerrero, estén dispuestos a soñar y a pelear por lo mejor que tenemos: la vitalidad y el privilegio de ser, a pesar de los historiadores de moda, un pueblo mítico, nada menos que el pueblo del sol.

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