domingo, 15 de agosto de 2010

Nuestras hermosas lenguas en el Bicentenario. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Domingo,15 de Agosto, 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=525747

Los estudiosos de la lingüística nos han enseñado que hay una distinción fundamental entre lenguaje y lengua; entre ésta y un idioma. Los filósofos del lenguaje, como Wittgenstein, nos han mostrado además que el lenguaje es el límite del mundo, lo que es más, el lenguaje es en sí mismo nuestro mundo.

El gran poeta Octavio Paz nos invita a habitar en la casa de la presencia que es el lenguaje: "palabra, una palabra, la última y la primera, la que callamos siempre, la que siempre decimos, sacramento y ceniza".

Hay un silencio que preocupa y azora en nuestro Bicentenario: poco se ha dicho en torno a nuestra lengua y su devenir, sobre su importancia en el proceso de liberación y sobre todo, de construcción de nuestra identidad nacional y de la expresión de lo que hoy somos.

La kermés en la que los gobiernos, en todos los órdenes y niveles, han convertido a las fiestas patrias está muy lejos de incorporar una reflexión seria en torno a la forma en cómo el español ha ido modificándose en su estructura gramatical y sintáctica, como resultado de los profundos cambios culturales y espirituales que hemos tenido a lo largo de nuestros últimos 500 años de historia.

El Bicentenario debió ser un motivo especial para construir una amplia difusión de nuestras lenguas, porque no podemos olvidar que en México se habla de manera generalizada el español, pero que hay más de 60 idiomas y variantes que se hablan y se cultivan, en extensas regiones de nuestro territorio nacional.

No es posible que estemos en riesgo de perder en las próximas décadas la melodía cotidiana del zapoteco y el mixteco, la dulzura del otomí, la complejidad del maya, la armonía del náhuatl, los secretos del warihó o del yaqui, y toda la gama de lenguas que perviven en un país que ha hecho del olvido y la exclusión social, un olvido también de nuestro preciado tesoro lingüístico.

En el Bicentenario cada hogar en nuestro país debería tener un ejemplar del Catálogo de lenguas Nacionales, acompañado de instrumentos que nos explicaran la enorme variedad lingüística de la que somos depositarios, y con ello, las múltiples cosmovisiones, creencias y tradiciones que cada una de nuestras lenguas transporta, así como la inmensa veta de saber que podemos explorar a través de ellas.

¿Alguien puede dimensionar la riqueza con la que podría nutrirse el español, abrevando de las cosmovisiones de nuestras lenguas originarias? ¿Alguien puede negar que podríamos construir un diálogo intercultural en el que la dignidad y la solidaridad nos llevasen a una nueva forma de comunicarnos, entendernos y reconciliarnos como nación?

Lamentablemente la frivolidad está instalada en el Gobierno y ni en la SEP ni en las dependencias responsables de la cultura se ha querido asumir el reto de apostar por la espiritualidad; por el contrario, lo único que nos están ofreciendo es una feria con cuetes y si bien nos va, un espectáculo de "luz y sonido".

Insisto, por todo el país deberían estar circulando millones de ejemplares con los poemas de Netzahualcóyotl. ¿Quién podría evitar conmoverse con palabras tan profundas? Tomo como ejemplo los siguientes versos: "por fin lo comprende mi corazón: escucho un canto, contemplo una flor: ¡Ojalá no se marchiten!

¿Y qué decir de este poema anónimo escrito originalmente en lengua Otomí, y que se recita en la fiesta del Día de Muertos?: "De verdad. De verdad nos vamos, De verdad nos vamos. Dejamos las flores y los cantos, todo lo que existe en la tierra. ¡De verdad nos vamos, De verdad nos vamos!"

En lugar de las fatuas obras de relumbrón que pululan por todo el país, dilapidando recursos que no tenemos, debió invertirse en una intensa jornada nacional para erradicar el analfabetismo y comenzar a resarcir a los casi 6 millones de personas que viven en esa condición, de la privación y negación de los derechos humanos más elementales.

Una de las metas del Bicentenario debió ser dignificar y duplicar el número de bibliotecas públicas y a través de ellas, impulsar un intenso proceso de unidad e identidad nacional vía la promoción de la enseñanza y comprensión de nuestro hermoso idioma, y de nuestras bellas lenguas originarias.

¿Por qué no diseñar un programa de becas para que los jóvenes de mayor escolaridad de las zonas urbanas puedan realizar estadías en las comunidades indígenas y aprender y difundir y proteger el legado espiritual que está en las lenguas originarias? La respuesta que nos dirían los tecnócratas de la SEP sería "no, porque no es competitivo ni rentable económicamente", como si todo en esta vida pudiera tasarse en pesos y centavos.

Los festejos del Bicentenario no deberían terminar el 17 de septiembre. Antes bien, el Congreso debería impulsar un gran pacto nacional por la educación y la cultura, y destinar los recursos necesarios para instrumentarlo y reducir de aquí al 2012, al menos en una mitad el rezago educativo de nuestro país.

Infortunadamente hay un problema: pareciera que para ser legislador o para ocupar casi cualquier cargo de representación popular, el requisito es no saber leer.

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