sábado, 7 de agosto de 2010

Vivir entre lo sublime y lo grotesco. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Opinión Domingo 8 de Agosto, 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=524249
 
Hay días en que no se puede evitar la sensación en torno a que México parece un país en “obra negra”. Infortunadamente, no hay en todo el territorio nacional una ciudad o región en la que no haya carreteras en reparación, infraestructura dañada o desgastada, insuficiencia de algún servicio social o simplemente una ausencia absoluta de criterios estéticos en el cuidado y protección de los entornos urbanos.


La corrupción que campea en distintos ámbitos, se hace más que patente en las oficinas de obras públicas estatales y servicios públicos municipales, en medio de una tremenda opacidad y carencia de mecanismos efectivos de transparencia y rendición de cuentas. Cada que se asigna una licitación para la construcción de cualquier obra, queda la sospecha de que “algo no se hizo bien.

El resultado es obvio: obras mal construidas; obras que se entregan a destiempo o con modificaciones de los criterios originalmente contratados; carreteras y autopistas en perpetua reparación o remodelación, como por ejemplo la México-Querétaro la cual, a pesar de ser uno de los troncales vitales de nuestro país, lleva casi una década de constantes obras sin que nadie sea capaz en el Congreso de cuestionar a Capufe sobre el tema.

Como contraste, se encuentra un conjunto de maravillas culturales y naturales de las que somos depositarios, las cuales en muchos casos, son poco conocidas por quienes habitamos este imponente país que es México.

Esta semana llevó a cabo la Sesión Ordinaria de la Unesco, en la cual se dio a conocer el resultado de los dictámenes sobre los sitios naturales y culturales que habían solicitado su ingreso al catálogo del Patrimonio Cultural de la Humanidad, el que, en palabras del propio organismo de la ONU, está formado por sitios irremplazables que son fuente de vida e inspiración para todas las culturas y países.

Los sitios considerados en el catálogo del Patrimonio Mundial, sostiene la Unesco, tienen la característica de poseer un “valor universal excepcional”, por lo que pertenecen a todos los seres humanos, independientemente del lugar en que hayan nacido o en el que viven.

Por lo anterior, contar con una importante lista de sitios catalogados como parte de tal patrimonio implica una enorme responsabilidad porque nos sitúa como depositarios de una riqueza humana mayúscula.

México es desde hace varios años el país de América Latina con mayor número de sitios culturales o naturales que forman parte del Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y con la adición de las Grutas de Mitla, en el estado de Oaxaca, así como el Camino Real de Tierra Adentro, cuyos paisajes más bonitos se encuentran en Zacatecas, San Luis Potosí y Guanajuato, llegamos a 31 sitios en la lista mundial, por encima de países como la Federación Rusa, Egipto, la República Checa y muchos otros más.

Somos pues un país de claroscuros: por un lado está la incompetencia de los políticos, su corrupción y su lodazal. Por el otro, la majestuosidad de nuestra cultura y nuestro patrimonio ecológico, pero sobre todo, el valor de la gente que está dispuesta a luchar por sus ideales, por sus sueños y por vivir con dignidad todos los días; y esto sin duda es mucho más que el cochinero en que se ha convertido el circo político de nuestros días.

Tengo la plena convicción de que poner las cosas en perspectiva puede ayudarnos a valorarnos mejor; a comprender que los mexicanos somos mucho más que quienes dicen representarnos; que nuestro legado es tan importante que no podemos dejarlo en manos irresponsables e incapaces, y que por ello, debemos dar lo mejor que tenemos para rescatar y proteger lo que es tan nuestro, pero también de toda la humanidad.

Me pregunto, por mencionar sólo un ejemplo, si Consuelo Sáizar, titular de Conaculta, tendrá idea de la enorme responsabilidad que está en sus manos; si el secretario Alonso Lujambio tendrá noción de que su despacho debería ser uno de los principales responsables de impulsar un modelo educativo para la inclusión y la movilidad social.

Me aterra pensar que México está condenado a no terminar de despegar, porque nos hemos resignado a ser liderados por una runfla de incompetentes, y que hemos aceptado que “con lo que tenemos” es suficiente para medio vivir, para medio trabajar y para medio generar capacidades para el futuro.

De manera lamentable, vamos a festejar en Bicentenario con un país impresentable el cual, como dirían las abuelas, se caracteriza por el “tiradero social” en que nos han terminado de hundir las últimas dos administraciones.

México no merece tener a la mitad de la población en condiciones de pobreza; a más del 87% de las niñas, niños y adolescentes en condiciones de pobreza o vulnerabilidad; a casi seis millones de analfabetas y a más de 25 millones de personas que no han terminado la secundaria.

Cuando se hace la comparación vis a vis de nuestro enorme legado cultural, de nuestra rica y apasionante historia, frente las condiciones arriba sintetizadas, creo que no puede dejarse de pensar en que estamos atrapados en la lógica de vivir entre lo sublime y lo grotesco.

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