sábado, 1 de mayo de 2010

Las profundas fisuras de la globalización. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Domingo 2 de Mayo, 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=503837

De Oaxaca a Grecia, de Arizona al Vaticano, a donde se mire, hay evidencia de profundas fisuras en el modelo de globalización vigente. Sin duda, hoy como nunca confluyen factores de crisis y saturación ética por doquier: la pobreza, cuya condición afecta a casi tres mil millones de personas en todo el planeta, de los cuales aproximadamente una tercera parte vive en lo que se denomina pobreza atroz, es decir, la hambruna y la miseria absolutas como condición de existencia.

El filósofo Peter Sloterdijk habla de tres modelos de globalización. A la primera la denomina como globalización cósmico-urania, la cual da inicio con el pensamiento griego y la universalización del pensamiento racional.

A la segunda la caracteriza como una globalización terrestre, la cual inicia con los viajes de Colón y culmina con la expansión de las capacidades de movilización planetaria a través de la mecanización de las naves trasatlánticas, el ferrocarril y la aparición de los aviones; a ello habría que agregar como corolario, desde mi perspectiva, la carnicería y el espanto producido por la Segunda Guerra Mundial.

La tercera forma de globalización, en la propuesta de Sloterdijk, es la globalización electrónica, la cual aún no alcanza su cúspide y, podríamos decir, todavía no termina de configurarse, pues la globalización terrestre aún no ha terminado de irse, aun cuando sus andamiajes teóricos y ontológicos persisten y conviven con nuevas formas de construir identidades y procesos de integración a escala planetaria.

Una de las cuestiones que deben considerarse en este tipo de análisis es que los procesos que se describen tienen a su vez distintas formas de construcción, según la región del mundo en que se vive. No es lo mismo la vida en la globalización en Europa que en América Latina, el Asia pobre o el África subsahariana.

A pesar de ello, hay nuevas formas de confluencia y simultaneidad de acciones que sorprenden: un activista finlandés muere asesinado en Oaxaca: la paradoja no sólo estriba en el hecho de que un ciudadano del país más equitativo del mundo caiga abatido por las balas asesinas en uno de los enclaves mundiales de pobreza y desigualdad, como es Oaxaca, sino en la afortunada confluencia del compromiso con los derechos humanos en uno y otro polo del planeta.

La crisis de la migración en España, Alemania o Francia no es tan distinta a la que se vive hoy en Arizona; en todos los casos se da la contradicción de una defensa brutal por la apertura de las aduanas y como contrapartida el cierre de las fronteras. Es decir, por un lado libre paso al capital y las mercancías y por el otro la criminalización y el hostigamiento a los pobres y excluidos que huyen de la pobreza y desigualdad que privan en sus países.

Las crisis financieras se han convertido en las plagas del siglo XXI: un día hunden a países en una región y al siguiente se aparecen cual Mefistófeles en el otro lado del mundo, haciéndonos prisioneros de una angustia permanente ante la cual los únicos a salvo son quienes ya tienen casi todo, liderados por un grupo cínico de especuladores que han retomado a la usura –hoy sofisticada mediante la utilización de las más avanzadas herramientas tecnológicas– como credo incuestionable del funcionamiento económico planetario.

Frente a todos estos dilemas y muchos más, las iglesias, principalmente la católica, han perdido una buena parte de sus capacidades de liderazgo y, peor aún, han dejado de ser referentes éticos para muchos de sus fieles.

Las versiones contemporáneas del mercado total, ni siquiera soñado por los más férreos mercantilistas de los siglos XVI y XVII, han mostrado la brutalidad y la ausencia de toda posibilidad de justicia, que supuestamente sería autogenerada y regulada por la “mano invisible” planteada por el padre del liberalismo moderno.

El Estado, el último de los constructos de la modernidad con la capacidad de conducir la vida social, se ha retraído ante los embates de la avaricia privada, y hoy lucha de manera desesperada para construir nuevas reglas. Así se percibe en el caso estadunidense, o de las instituciones europeas, las cuales no aciertan aún a exorcizar el inaudito hundimiento de la economía griega, así como la fragilidad de las deudas de España y Portugal.

De esta forma, nuestra incapacidad nacional para generar suficientes empleos dignos para todos no es sino el otro lado del oscuro rostro de una globalización fragmentada y fracturada en sus capacidades para la inclusión económica, política y social de todos, en un mundo caracterizado por la complejidad y la diversidad.

Enfrentamos modelos de racismo creciente, sin parecer entender que históricamente, en momentos de crisis generalizadas, los violentos toman la palestra y frecuentemente tienen éxito en sus ambiciones.

El racismo, los nacionalismos extremos y otras formas de intolerancia hoy asumen nuevos rostros que se esconden tras las máscaras hipócritas de la defensa del Estado de derecho, dando la espalda a la defensa de los derechos humanos y con ello a la esencia misma de la democracia. La Ley SB1070 es un claro ejemplo de estas graves fisuras de la globalización.

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