domingo, 11 de julio de 2010

Monterrey: espejo del caos nacional. La Crónica

Saúl Arellano,

Opinión
Domingo 11 de Julio, 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=518041

Si algo ha caracterizado a la presente administración es su enorme incapacidad de reaccionar de manera oportuna ante problemas de gran magnitud. En el caso de la emergencia sanitaria generada por la aparición del virus A-H1N1, fue la presión de los medios, que alteraron el crecimiento del número de casos de enfermos y muertos, la que provocó finalmente una reacción de las autoridades.

En el caso de la guardería ABC, el gobierno actuó mezquinamente asignando y evadiendo culpas con base en criterios estrictamente electoreros y nunca para defender los derechos de las víctimas y hacerle justicia a los deudos.

Cuando la comunidad de Ciudad Juárez clamaba por ayuda ante la creciente ola de violencia, el Gobierno hizo oídos sordos durante meses, dejando que la situación se agravara, llegando finalmente al límite de reclamos directos al presidente Calderón por la ineficacia de su gobierno en el combate al crimen organizado, pero sobre todo, para proteger a las víctimas inocentes.

Ante la muerte de civiles, el Gobierno ha reaccionado en todos los casos de manera errónea. O se les acusa de maleantes (como en el asesinato de jóvenes en una fiesta en Juárez), o se pretende “fabricar” delincuentes (como en el caso de los jóvenes asesinados en el tecnológico de Monterrey), o se presentan pruebas sumamente dudosas (como en el caso de los niños Almanza en Tamaulipas).

Ahora que la tragedia ha golpeado a Monterrey, el Gobierno reacciona una vez más mal y tardíamente. Pareciera que tenemos un presidente al que le importan más los resultados del Futbol, que desarrollar una gestión eficiente y desde la cual se garanticen adecuadamente los derechos sociales de los mexicanos.

Como en otras agendas, el gobierno federal carece de una estrategia adecuada de prevención y de atención en casos de desastres. Quizá los evaluadores de Los Pinos no consideraron que atender a Monterrey fortalecería la imagen presidencial y durante una larga semana, crítica en casos como éste, la ausencia del licenciado Calderón ha sido no sólo palpable sino condenable.

Ese es el problema de una administración que toma decisiones con base en sistemas de información dirigidos a apuntalar la “buena imagen” presidencial y no a construir procesos de reacción basados en criterios sociales y dirigidos a la protección de los ciudadanos.

Por ello es urgente que el presidente Calderón asuma que no puede seguir actuando como el jefe de su partido político y comience a tomar decisiones, de una vez por todas, como jefe del Estado mexicano. El Ejecutivo debe comprender que su papel no puede reducirse a prohijar maquinarias electorales, olvidando por otra parte que no es sólo a través del pragmatismo político como puede buscarse la ratificación de su opción de gobierno.

Un país hundido en la pobreza y el desempleo no puede darse el lujo de estar atrapado en la mezquindad de la disputa electoral y mucho menos, entrar a una lógica del “quítate tú para ponerme yo”, sin mayor proyecto que llegar al poder para beneficiarse de los privilegios y recursos que ahí pueden obtenerse.

Resulta patético el hecho de que hoy el PAN y el PRD hayan retrocedido 10 años en sus argumentos y propuestas políticas. Es ridículo que César Nava y Jesús Ortega sostengan que la democracia es sinónimo de derrota del PRI. ¿Y la propuesta social? ¿Y la defensa de las libertades? ¿Y el acceso al bienestar de los excluidos?

Se equivocan los defensores del pragmatismo político cuando sostienen que las elecciones de la semana pasada han contribuido a fortalecer el equilibrio en el juego político-electoral.

No es aceptable para una democracia que la discusión poselectoral se haya centrado en el “análisis” sobre la eficacia de las alianzas y no en las raíces profundas de una violencia política que persiste de la mano de una violencia social, que amenaza todos los días a una población inerme y gobernada por políticos en su mayoría mediocres.

Es en este contexto en el que, desde mi punto de vista, debe situarse una tragedia como la ocurrida en Monterrey, pues el país ha sido y sigue siendo golpeado una y otra vez por la incompetencia de funcionarios poco preparados y cuyo nombramiento responde en la mayoría de casos, al compadrazgo, los favores políticos y los arreglos y distribución rapaz del poder; ya es hora de que esto cambie radicalmente.

A Monterrey lo devastó un fenómeno meteorológico, sí, pero también lo ha golpeado severamente la irresponsabilidad de las autoridades federales: no es posible que la Secretaría de Gobernación haya decidido, al parecer una vez más con criterios políticos, retrasar la declaratoria de desastre y la inmediata aplicación de recursos del FONDEN en los 28 municipios más afectados en Nuevo León. Si fue esa la razón, o si fue por incompetencia, resulta en todo caso igual de grave.

Monterrey es hoy un espejo del caos en el que la administración de Felipe Calderón tiene sumergido al país. La ayuda fluye a cuentagotas, la incapacidad aflora, no hay una adecuada atención a la población afectada y, como siempre, ante el desastre, no habrá ningún responsable, al fin y al cabo, en nuestro país “nunca pasa nada”.

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