sábado, 14 de noviembre de 2009

La horripilante realidad de la desnutrición infantil. Periódico La Crónica

Saúl Arellano
Domingo 15 de Nov., 2009, Hora de modificación: 01:21
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=469120
 
Según las proyecciones de población de Conapo, el 28 por ciento de la población nacional se ubicaría entre los 0 y los 14 años, esto es, poco más de 1 de cada 4 mexicanos se encuentra en lo que demográfica y económicamente se denomina como “población dependiente”, y la cual, jurídicamente, es aquella que no debe desempeñar ningún trabajo, remunerado o no.


La realidad es, sin embargo, muy distinta. En el año 2007, había un total de 3.074 millones de niñas y niños que no asistían a la escuela. Más de un millón estaba privado de su derecho a la educación por falta de recursos familiares, “por motivos familiares” o por enfermedad, accidente o discapacidad. Razones todas, quizá excepto la de los accidentes, vinculadas a la pobreza y la desigualdad.

Sorprende que el Módulo de Trabajo Infantil de la ENOE, 2007, haya incorporado una pregunta a través de la que se asume que 1.59 millones de niñas, niños y adolescentes no acuden a la escuela por desinterés o por “falta de aptitud para la escuela”, concepto no sólo vago, sino tremendamente discriminatorio y excluyente. ¿Quién y cómo decide que una niña, niño o adolescente no es “apto para estudiar”?

Es preocupante la realidad en que viven 3.64 millones de niñas y niños que trabajan; preocupa igualmente que de los más de 29 millones entre 5 y 17 años, sólo 8.4 millones están dedicados exclusivamente a estudiar. En contraste, hay más de 579 mil que se dedican sólo a trabajar y 1.49 millones que además de estudiar, trabajan y se dedican a los quehaceres domésticos.

Estos datos son el rostro cruel de una realidad todavía más siniestra, que es producto y causa de la ingente y lamentable pobreza en que viven millones en nuestro atribulado país.

Si se quiere comprender lo que está pasando, antes debemos reconocer que definitivamente en este planeta y en nuestro país hay víctimas. Entre ellas, los más frágiles y vulnerables son las niñas y los niños.

UNICEF publicó esta semana el documento titulado Tracking progress son child and maternal nutrition. Vergonzosamente, nuestro país aparece en la lista de las 24 naciones con mayores porcentajes de población infantil desnutrida, dato paradójico si consideramos que simultáneamente ocupamos el segundo lugar mundial en obesidad y sobrepeso en niñas, niños y adolescentes.

Asimismo, UNICEF documenta, con datos a 2006, que más de 1.5 millones en nuestro país padecen desnutrición severa. Esto se llama hambre y no hay nada que justifique su presencia, pues lo que implica es no sólo dolor y sufrimiento, sino en sentido estricto la realidad de futuros limitados y condenados a reproducir la pobreza, la desigualdad y la tristeza.

Debe considerarse además de que entre 2006 y 2008 el número de personas hambrientas creció en nuestro país en más de 5 millones, y que por el nivel que alcanzó la crisis en este año habría que esperar al menos 2 millones más de personas en lo que eufemísticamente el gobierno federal sigue llamando “pobreza alimentaria”.

De acuerdo con el último Informe de Gobierno del Ejecutivo federal, a 2008 había una tasa de mortalidad en menores de 5 años, por deficiencias nutricionales, de 6.3 muertes por cada 100 mil niños en ese grupo de edad, por lo que si se considera que en 2008 había 4.98 millones de niñas y niños en ese rango de edad, en números absolutos esa tasa se traduciría en 3 mil 143 muertes por hambre, casi el 10 por ciento del total de fallecimientos anuales para menores de un año. A esto debe agregarse la estimación de que, de manera global, UNICEF estima que la tercera parte de las muertes de niños menores de 5 años están relacionadas con la desnutrición.

Si nos escandaliza el hecho de que cada año mueren 4 mil 500 mujeres por cáncer de mama o de cérvix, ¿por qué hay tanta indolencia ante el hambre y la muerte por hambre que viven año con año miles de niñas y niños? ¿Nuestro país puede seguir en la indolencia ante tanto sufrimiento? ¿Estamos condenados a repetir una y otra vez la historia de la miseria y las muertes en exceso evitables?

Ante todo ello, en medio de una crisis que según los datos de INEGI tiene ya a 2.9 millones de personas desocupadas en todo el país, ante un incremento brutal en los precios de los alimentos, ¿de dónde saca el gobierno federal que podrá reducir esa tasa en 2009, si la pobreza alimentaria y las carencias, sobre todo en el sector rural, se han agudizado?

Morir de hambre debe ser una de las muertes más horripilantes. Se da en la soledad, en el abandono y en medio de un contexto social en el que la violencia y la angustia nos ha hecho encerrarnos en nuestras propias comodidades o posibilidades, olvidando cada vez más la capacidad de ayudar a los otros.

En un país que se asume eminentemente cristiano, sorprende la incapacidad de solidaridad con el prójimo. Avergüenza más el abandono y la muerte de niños porque no tienen qué llevarse a la boca. De verdad que este país está perdiendo, a veces parece que irremediablemente, su dignidad.

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