martes, 16 de marzo de 2010

La crisis de la palabra. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Opinión Martes 16 de Marzo, 2010
http://www.cronica.com.mx/notaOpinion.php?id_nota=494623

Eduardo Nicol reflexiona en uno de sus textos en torno a la magnitud cósmica que debió tener la emisión de la primera palabra sobre el mundo. El alcance de esta imagen es mayúsculo, pues obliga a pensar en el significado que podemos asignarle al hecho de que, en medio del silencio imperante en todo el sistema solar, nuestro mundo tenga la posibilidad de llenarse con nuestras voces.

Lo que es más, la ciencia ha permitido que esta voz salga de nuestro vecindario planetario, pues a través de sondas espaciales así como con la emisión de ondas de radio desde la Tierra, estemos enviando mensajes a través del universo para intentar contactar con otras posibles voces en los sistemas solares más cercanos.

Pensado desde esta perspectiva, la actuación del Congreso mexicano en los últimos meses no puede sino generar vergüenza, pues si se asume que las y los diputados son los representantes de la Nación, esta sensación cobra tintes de “pena ajena” ante su inopia verbal.

Retomando al maestro Nicol, es importante pensar en una frase como la de Juan el Evangelista, quien abre su texto diciendo: “En el principio fue el verbo”. Nicol sostiene que se trata de Palabras Mayores, pues lo sublime no se encuentra en el significado, sino en la propia forma de hablar.

En la Grecia clásica el hablar de la política era considerado igualmente un Verbo Mayor, pues no había nada más importante que pensar y vivir para el ejercicio de la cosa pública. El Estado, en tanto protector del bienestar de la comunidad política, debía dirigirse con base en las mejores ideas y argumentos.

Lo interesante de pensar en Grecia, es que no se trataba sólo de un ideal. Quienes tuvieron la responsabilidad de gobernar Atenas, Esparta y otras Ciudades-Estado, se dedicaron a generar instituciones para garantizar que los mejores tendrían la primacía en el gobierno.

Su sistema educativo, atestigua Werner Jeager, estaba diseñado para formar a los mejores; de hecho, siguiendo el ideal pitagórico de una paideia tendiente a lo perfectivo, se diseñó un modelo basado en la enseñanza de siete “ciencias”, que de hecho permaneció hasta finales de la Edad Media en los corpus del Trivium (Retórica, Gramática y Lógica); y el Cuadrivium (Geometría, Aritmética, Astronomía y Música).

Para un griego clásico sería un completo misterio cómo en las democracias contemporáneas los Congresos están llenos de iletrados; y lo peor, cómo esos iletrados obedecen no al interés de la República, sino los intereses de quienes les dieron el cargo, vía el reparto de cuotas, como ocurre a través de las estructuras de los partidos políticos.

Lo que se ha visto en San Lázaro las últimas semanas no debería sorprendernos. En realidad es el resultado inevitable de la suma de los cínicos con los iletrados, ante quienes, la reducida minoría de legisladores con dignidad, poco o nada pueden hacer.

Palabras mayores son Pobreza y Desigualdad; lo son también Desesperanza, Suicidio, Homicidio, Violencia, Discriminación. Empero, ¿Cómo se va a comprender su dimensión, si quienes tendrían la responsabilidad de darnos respuestas ante lo que implican piensan y hablan con palabras menores?

La política de hoy está caracterizada por los peores adjetivos, lo que debe ser un motivo de preocupación y acción para los ciudadanos: mezquindad, cinismo, estulticia, corrupción, incapacidad, mediocridad y un largo etcétera que incluiría a un sinnúmero de adjetivos, son las palabras que hoy cualquier ciudadano podría asignar con toda certeza a nuestro Congreso.

Es muy grave que la Palabra esté en crisis. Porque al estarlo no hay posibilidad de diálogo. Así, puede sostenerse que esta crisis tiene como origen dos profundas fracturas: la de la ética y la de la inteligencia, virtudes que se extrañan en nuestra política porque debe insistirse, una y otra vez, es sólo con base en ellas como puede asumirse un proyecto de nación incluyente.

No deberíamos dejar de pensar en las palabras del Poeta Hölderlin: “Desde que somos un diálogo y podemos oír unos de otros”.

Para ser un diálogo se requiere sin embargo, como condición previa, la capacidad de “la escucha”. Y desde la Presidencia de la República, pasando por el Congreso, los Gobiernos de los Estados y los Municipios, la capacidad de escuchar a los otros está fracturada.

No se escucha porque al estar en la política para defender intereses particulares, no hay razón alguna para oír al otro. Y al evadir la palabra de los diferentes, se termina esquivando la mirada, evitando con ello el acto que de verdad importa, como sostendría el Poeta Paz: ver; pero mirar de verdad para encontrar lo que somos y lo que podemos ser.

Por eso nuestros políticos no ven la pobreza, ni les importa; no ven la desigualdad, al contrario, la defienden y la perpetúan; no ven el dolor del hambre y la frustración social, pues el cinismo los ha vuelto indiferentes.

La crisis social de hoy es la crisis de la palabra; por ello, ante el silencio y el bullicio, como pensaba el poeta Paz, es urgente inventar la libertad bajo palabra; la libertad que se inventa y que nos inventa cada día.

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