domingo, 4 de abril de 2010

Pederastia, élites confundidas y Mefistófeles ante el abismo. Periódico La Crónica

Saúl Arellano

Opinión Domingo 4 de Abril, 2010
http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=498613

El escándalo suscitado por la completa confirmación y exposición pública de los crímenes cometidos por el señor Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, ha puesto sobre la mesa una serie de temas que van de lo filosófico a lo jurídico, pero sobre todo que han contribuido a agudizar la sensación de incertidumbre social generalizada.


Pensar, por ejemplo, en el inmenso número de bodas, bautizos y demás ceremonias religiosas que celebró este tétrico personaje, lleva a la idea de la crisis de identidad y liderazgo en que deben de estar quienes creían en la cuasi santidad que le fue atribuida durante mucho tiempo, aun cuando ya se habían hecho severas acusaciones en su contra.

Promover la fe desde las élites no es una novedad en el interior de la Iglesia católica, ante lo cual han habido fuertes movimientos en su interior para tratar de repensar y de replantear sus principios generales de actuación.

Unos de los más importantes se dio, por ejemplo, en el siglo XIII; fue iniciado por Francisco de Asís y secundado por la Hermana Clara. Es de llamar la atención que el nombre elegido por Francisco de Asís para su congregación, obligado por la presión de Roma para formalizarla como una más en el interior de la iglesia, fue el de “la Orden de los hermanos menores”, destacando con ello la regla de humildad y la opción preferencial por los pobres que desde la perspectiva franciscana debía tener el ministerio cristiano.

No está demás señalar que Francisco de Asís estuvo a punto de ser excomulgado por predicar que Dios se manifiesta en todas las criaturas (recuérdese que el principal cántico franciscano lleva precisamente por título “El cántico de las criaturas”), y que no hay mayor bien que el de prodigar amor y compasión ante la totalidad de la creación.

En los siglos XIII y XIV Marcilio de Padua y Guillermo de Ockham, dos de los primeros y más grandes filósofos adscritos a la orden de Francisco, escribieron sendos libros en los que mostraban cómo el poder de Roma estaba corrompido, y por qué el Papa había desarrollado un poder tiránico en función de que pretendía tener plena vigencia en la Tierra, alejándose de su misión mayor de buscar el reino de Dios en los cielos. Guillermo de Ockham llegó a declarar, no sin razón, que el Papa era un herético y simoniaco.

Aquí es donde entra en escena Mefistófeles. En algunas tradiciones es considerado como “el maligno” en grado absoluto, pero también es caracterizado como “el engañador”. Y este término tiene aquí el sentido de ser el gran instigador para cometer el mal.

Desde una perspectiva franciscana, no habría duda de que Maciel podría bien ser una de las mejores encarnaciones de Mefisto: engañó a multitudes, sedujo a muchos de los dueños del dinero, pero sobre todo torció la fe llevando a sus seguidores a adorar más al dinero y al poder que a la prédica del Evangelio.

Lo monstruoso de Maciel no está exclusivamente en su reiterada propensión a abusar sexualmente de seminaristas menores de edad, de llevar una doble vida y de abusar sexual y físicamente de sus propios hijos, sino en la construcción de una megaestructura política y financiera que hizo de la creencia un gran negocio.

Lo monstruoso de lo que hay en torno a Maciel es que hay quienes pretenden continuar con “su obra”, pues argumentan que aún con lo pecaminoso de su actitud no puede negarse la “bondad” de la labor educativa y social emprendida desde su “liderazgo”, y hasta han llamado a que sus benefactores no dejen de hacer donativos, pues son dignos de toda confianza.

En estos momentos de crisis generalizada en lo social, lo económico y lo político la crisis ética de las religiones, de la que he hablado reiteradamente, debería llevar a un ejercicio radical como el que realizó Francisco hace ya más de 800 años: despojarse de sus ropas y sus bienes no le haría nada mal a una Iglesia que hoy vive un profundo dilema ético.

En el Evangelio aparece la historia de los demonios de Gadara: una legión de demonios arrojados de un poseso y depositados en una piara de cerdos que se despeña. La comunidad no se alegra y le pide al nazareno que se retire del lugar. Se trata de Satán perpetuando al propio Satán, argumenta Girard.

Mefisto triunfa cuando la mentira se perpetúa, y esto va a ocurrir si no hay un acto profundo de autorreflexión que lleve a la Iglesia y a sus financiadores a asumir hasta sus últimas consecuencias que el escándalo promovido por Jesús de Nazaret consiste en la revelación de una ética del perdón, sustentada en la humildad y la toma de partido a favor de los proscritos de siempre: los pobres y los desheredados.

Al contrario de lo anterior, se percibe una parálisis ética en la que Mefistófeles se ha situado a sí mismo una vez más al borde del abismo, como en el caso de Gadara, con tal de no ser aniquilado, sino sólo expulsado de la comunidad.

sarellano@ceidas.org

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