domingo, 19 de octubre de 2008

Como estampida de elefantes. Periódico La Crónica

Por: Saúl Arellano Opinión
Domingo 19 de Octubre de 2008 Hora de publicación: 00:06
http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=392149

Los mercados actúan siempre de manera racional y tienen la capacidad de regular la vida social”, así reza el catecismo de las tesis liberales sobre las que se sustentó desde la década de los 80 la defensa y la fundamentación del capitalismo salvaje.De que esta etapa de organización del capitalismo es salvaje, hoy nadie puede ponerlo en duda. Incluso en el epicentro del terremoto económico y financiero global, los Estados Unidos, se ha aceptado tácitamente que la crisis que hoy amenaza con derrumbar los avances conseguidos en los últimos 15 años en el combate a la pobreza tiene como origen no otra cosa sino la codicia y la “insaciable voracidad de los mercados”.Sostenida de esta manera, la condena mundial ante la estrepitosa sacudida de las economías de todos los países suena casi poética. Sin embargo, lo que no se ha querido reconocer todavía de manera completamente abierta es que esa “codicia” tiene nombre y apellido. En efecto, se habla de las “empresas codiciosas”, eufemismo extraño que sólo sirve para ocultar lo que es a todas luces evidente: este planeta está hipotecado y tiene dueños. Las empresas no son entes abstractos, son complejos que pertenecen a familias y personas, y son esas familias y esas personas las que han utilizado a sus empresas para tratar de apoderarse de cuantos recursos han estado a su alcance.Parece paradójico, pero el problema económico que hoy vivimos tiene su origen en lo que los liberales clásicos hubieran ubicado dentro de una “teoría de los sentimientos morales”. Sin embargo, el egoísmo, sentimiento tan bien ponderado por Adam Smith, ha saltado por los aires hecho añicos por todos los analistas que, ante la catástrofe, se sorprenden de su capacidad destructiva cuando se le deja “suelto por las calles” y sólo bajo la regulación tímida y a veces hasta cómplice de esa hoy anatemizada figura del “mercado”.Como una estampida de elefantes, los capitales de todo el mundo salieron huyendo de todas las bolsas de valores, arrollando todo a su paso y dejando desolación, destrucción y sobre todo en muchos espacios la imposibilidad de la pronta recuperación.Marshal Berman escribió un texto cuyo título no podría describir mejor lo que hoy estamos viendo: Todo lo sólido se desvanece en el aire, maravillosa expresión que recuperaba a su vez la idea de Marx expresada en el Manifiesto del Partido Comunista: lo que hoy parece hecho de roca en realidad obedece a una dialéctica que lo sitúa, de pronto, como mucho más frágil que el cristal y mucho más vulnerable que lo que a simple vista podría percibirse.Nuestra economía está sólida, nos han dicho una y otra vez los funcionarios del gobierno federal, en un tono que convoca más al azoro que a la confianza de la población. En una semana hemos visto la realización de la frase arriba citada: de pronto, más de 10 mil millones de dólares se esfumaron de nuestras presumidas y hoy medradas reservas financieras internacionales, sujetas al embate de especuladores cuyos nombres, otra vez, no se han dado a conocer en una actitud que más que de responsabilidad pública comienza a parecer de encubrimiento y complicidad desde las instituciones hacendarias del país.Frente a todo ello, vale la pena reflexionar en torno a que si el problema que hoy tenemos encima está en la codicia y la insaciable voracidad económica de las personas, entonces nos enfrentamos a un problema que escapa a la racionalidad económica. Nos enfrentamos, pues, a un problema de corte moral y por lo tanto del ámbito de la política.Y que conste que no se trata de volver a los rancios discursos estatistas que añoran un pasado que no debe volver, en el cual el Estado pretendía resolverlo todo y todo era entregado a sus instituciones para ser administrado y suministrado a una ciudadanía pasiva.Hoy desde esta coyuntura pueden surgir nuevas oportunidades para volver a una discusión fundamental en nuestro país: ¿cómo vamos a lograr una sociedad incluyente y cómo vamos a lograr reconstruir el anhelo de una nación justa y generosa?Estas no son preguntas ociosas. De no plantearlas con seriedad corremos el riesgo de continuar por la ruta del fracaso en la que hoy están atrapadas nuestras instituciones, tanto las políticas como las económicas. Por ello es tiempo de plantear preguntas radicales, porque estamos en el fondo de un pozo que se está llenando de agua y que carece de asideros en las paredes para poder escalar.Como en este país carecemos de memoria, vale la pena recordar que hace poco más de un año el presidente nacional del PAN lanzó una campaña en medios en la que sostenía algo parecido a lo siguiente: “tenemos el mejor inicio del sexenio en décadas, la economía está fuerte, tenemos inflación controlada, hay crecimiento y generación de empleos, nuestras reservas internacionales crecen como nunca” y un largo etcétera.Hoy todo esto se ha esfumado, si es que alguna vez pudo ser tomado, además de en serio, como un argumento válido. La realidad es otra: hay cada vez más asesinatos relacionados con el crimen organizado, la impunidad es cada vez más evidente, la inflación es alta y amenaza con serlo aún más, la pobreza no disminuye, la desigualdad crece y las autoridades nos llaman incomprensiblemente a “ser optimistas”.Parece que la estampida de elefantes no sólo nos arrolló, sino que para completar el cuadro tiene atada a sus pezuñas cuerdas que arrastran a la sociedad completa en un desfile que bien puede ser calificado ya no como “la marcha de los locos”, sino como “el arrastre de las multitudes”.No hay a dónde voltear para tratar de encontrar la luz al final del túnel. El Banco de México nos advirtió apenas: “lo peor está aún por venir”. El secretario de Comunicaciones y Transportes nos señaló que la crisis será monumental y del otro lado de la frontera el recientemente laureado Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ratifica su tesis: la crisis y la turbulencia que estamos viendo va a durar cuando menos dos años.Ha llegado el tiempo de las vacas flacas y lo peor no es que los graneros están vacíos, no tenemos ni siquiera la capacidad suficiente para en corto plazo reactivar el mercado interno y desarrollar, desde la economía real, oportunidades para que los cientos de miles que van a perder su empleo puedan sobrellevar esta tormenta.El viernes pasado el INEGI nos dio a conocer una cifra realmente espeluznante: hay en nuestro país dos millones de desempleados. La cifra es de escándalo y constituye una tragedia cotidiana para las familias que tienen que desarrollar verdaderas estrategias de sobrevivencia y que está llevando de las escuelas a las calles a miles de jóvenes que no encuentran otra oportunidad para contribuir al ingreso familiar que el mundo de la informalidad y, a veces, hasta el de la criminalidad.Se acabó el tiempo. No hay lugar para más cinismo ni más simulaciones. La clase política hoy tiene enfrente un reto ante el cual no puede fracasar, porque en ello nos jugamos el futuro y la posibilidad de vivir en un país próspero y en paz.Es imposible detener una estampida de elefantes. Lo que puede hacerse es aprender la lección y diseñar no sólo puertas y canceles que puedan retenerlos, sino comprender que a los elefantes hay que tratarlos como tales, por lo que es preciso asumir que desatar y hasta alentar alegremente la furia y la destrucción de la que son capaces es simplemente una apuesta por el absurdo

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