sábado, 11 de octubre de 2008

Comprender la crisis. Periódico La Crónica

Por: Saúl Arellano Opinión
Domingo 12 de Octubre de 2008 Hora de publicación: 23:55
La emergencia global que vivimos obliga a una reflexión mayor sobre qué es lo que está ocurriendo y sobre todo, cuál será su impacto en la organización mundial del capital y de los equilibrios políticos que habrá que garantizar para evitar que esta catástrofe nos arrastre a todos hacia la nada.Hemos visto cómo las últimas semanas, en particular la que termina, se convirtieron en los "peores momentos" de la historia financiera mundial. Nunca como ahora los capitales en el mundo perdieron tanto en tan poco tiempo. Y sin embargo habría que preguntarnos si en realidad perdieron algo, o simplemente se hizo evidente que lo que los dueños del dinero asumían que estaba ahí, en realidad no existía.La crisis por la que atravesamos no se puede explicar sólo con lo que ha ocurrido entre 2007 y 2008. Tiene su origen al menos dos décadas atrás, cuando los "genios financieros" internacionales comenzaron a incorporar en el mercado privado lo que se llamó la "contabilidad creativa", la cual les permitió hacer jugosos negocios con base en la especulación de probables ganancias en el futuro. Sin duda el sistema financiero global es mucho más complejo que lo que acabo de mencionar; sin embargo, el tema es relevante porque cuando se presentó la quiebra de "ENRON", y posteriormente en Europa Parmalat y otros gigantes se vieron arruinados, lo que se puso en evidencia de manera paradójica, no fue sólo la debilidad del sistema financiero internacional, sino sobre todo, la debilidad de los Estados.Lo que sostengo aquí es que la crisis que vivimos es resultado y quizá sólo un espejo de otra crisis previa, mucho más profunda y al mismo tiempo siniestra, por las implicaciones que tiene en las formas de organización social y política, y de la que todos estamos siendo ya no sólo presas, sino ahora también víctimas: y ésta no es otra sino la ya mencionada crisis de los Estados.Desde la década de los 80 comenzamos a ver, frente al resquebrajamiento del bloque soviético, la imposición de un discurso "casi único" sobre el mundo. Sus "cantores" -Fukuyama, Huntington, Hardt y compañía- quisieron convencernos de que el mundo global debía ser irremediablemente capitalista, liberal y democrático, en una versión radical desde luego, en la que asumieron que el mercado era la fuerza esencialmente reguladora de la vida social.Cómo ocurrió precisamente, es difícil saberlo; pero lo que vino fue una suplantación de poderes a escala global. Los bancos centrales salieron del control de los gobiernos y las principales instituciones estatales, tanto internacionales como nacionales se vieron literalmente ocupadas por los gerentes y administradores del capital y los intereses privados.La llamada “movilidad” de los empleados de los principales bancos y grupos financieros globales hacia las instituciones y dependencias gubernamentales, y viceversa, hoy se nos revela como un juego de complicidades, sobornos y por supuesto, su traducción en una perversa manipulación de cifras y estrategias para llevarnos a un modelo de organización global diseñado literalmente para que unos pocos se quedaran con casi todo, y la inmensa mayoría no tuviésemos otra opción que trabajar al infinito para alimentar su codicia.Asumo que por primera vez en lo que va del sexenio el gobierno federal nos estaba diciendo con honestidad que creían que esta crisis no nos afectaría. Lo sostengo así, porque lo que está pasando en todo el mundo escapa a la comprensión tanto de los poderes fácticos que gobiernan al país como a los que nos gobiernan en todo el globo.Este gobierno y obviamente los grupos políticos en la oposición carecen de la inteligencia para procesar una crisis de tal magnitud; y no es un asunto de capacidad neuronal; se trata antes bien del agotamiento de un modelo de inteligencia que tiene como referente no a la globalidad en sus dinámicas y funcionamiento en el siglo XXI, sino las estructuras institucionales del siglo XX.Se ha asumido en esa lógica que el papel del Estado debiera ser devolverle la “funcionalidad” a los mercados; “restituir la confianza”; y “reactivar las líneas de crédito”. Cuando lo que está en crisis no es el mercado, sino el Estado. Esto es así, porque en efecto el “mercado” hizo su tarea: situó en su lugar a las finanzas globales y a las cuentas de los banqueros y sus socios. Para ilustrar mejor lo que sostengo, tómese sólo el caso mexicano —esto lo he escrito en diversas ocasiones en este espacio en Crónica—: las instituciones de regulación en nuestro país están dirigidas por empleados de los intereses privados. Cofepris; Cofeco; Cofetel y otras más, tienen como titulares a empleados del sistema financiero y privado, con lo que el Estado ha renunciado -en esta y en otras áreas-, a su capacidad de regular y garantizar que la población tendrá salvaguardados sus derechos y que será el interés general el que norme las decisiones que de manera directa o indirecta nos afectan a todos.Lo que los grupos que gobiernan a México no han comprendido es que estamos frente a la conformación de una nueva globalidad, determinada fundamentalmente por la crisis ecológica y por la crisis del hambre y la desigualdad; ambas sujetas y dependientes de una grave crisis del Estado y sus aparatos de regulación y control públicos.Estamos ante el reto y la oportunidad de construir un nuevo modelo de desarrollo; lo cual requiere a su vez de un pacto político que apueste por un proyecto civilizatorio que nos humanice y que nos dé la posibilidad de rescatar lo mejor de las tradiciones libertarias (que no son sólo liberales); y en esa medida, basar nuestras instituciones en relaciones y normas creadas para la solidaridad, la reciprocidad y la garantía de los derechos humanos de todos.Este es un momento para la política y el diálogo razonable. Hoy las instituciones públicas tienen la oportunidad de avanzar hacia pactos con los grupos opositores inteligentes y llevarnos hacia la generación de proyectos que sí ayuden a transitar la coyuntura de la crisis, pero que sobre todo modifiquen estructuralmente las relaciones de distribución del poder político y económico a fin de garantizar equidad, justicia y dignidad.Debemos insistir en que los partidos políticos y sus dirigencias están agotadas, en el doble sentido del término. Hay un cansancio y una vejez decadente (en su actitud y formas de actuación) implícita en los grupos dominantes que es preciso renovar si queremos tener oportunidades para salir bien librados de esto que no es una turbulencia, sino un verdadero tsunami global.El gobierno federal debe comprender que en el nuevo contexto nacional y global su proyecto inicial de sexenio no podrá ya realizarse. Si esto es así, más valdría que tenga la humildad de convocar a un nuevo pacto político nacional; de hecho, lo que es preciso es que se reactive a la Política, para lo cual se va a necesitar de un coraje y una generosidad a prueba de todo con el país. Empero lo complejo de un proceso así es que no puede hacerse con “los mismos de siempre”; porque éstos son los que han generado precisamente la desconfianza, y en síntesis, el caos que se cierne encima de nosotros.Lo he dicho con anterioridad: es preciso que el gobierno convoque a un diálogo público para reconciliar a la nación, y es igualmente urgente que éste diálogo puedan construirlo y orientarlo personalidades, hoy más que nunca éticamente intachables, a fin de impulsar la reconstrucción de instituciones que le den al Estado la capacidad de refundar una nación incluyente de todos.En el entendido de que las condiciones actuales son radicalmente otras a las del arranque de su administración, el Ejecutivo debe comprender que es necesario comenzar a consultar a otros perfiles distintos a los de su gabinete. Filósofos y poetas podrían ser un buen principio (y es en serio); a fin de que comprenda en el corto plazo la dimensión de la complejidad de lo que hoy tiene la responsabilidad de enfrentar, y por el bien de todos, esperemos que lo pueda hacer con éxito

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