domingo, 20 de julio de 2008

Otra Educación es Posible. La Crónica

Por: Saúl Arellano Opinión
Domingo 20 de Julio de 2008 Hora de publicación: 02:47
http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=373914

El ideal democrático tiene como fundamento la noción de la equidad. Sin embargo, la equidad no puede conseguirse si no es a través de la garantía de derechos humanos y sociales, lo cual implica mucho más que la exclusiva generación de infraestructura o la dotación de un mínimo de servicios sociales básicos. La equidad de una sociedad no puede ser concebida entonces si no hay antes un conjunto de condiciones satisfechas a fin de que todas y todos puedan no sólo exigir el cumplimiento de los derechos que el marco jurídico y constitucional garantiza en una democracia, sino asumir adicionalmente un conjunto de responsabilidades y actitudes solidarias. Para llegar a este nivel de responsabilidad ciudadana se requiere la creación de un sistema educativo accesible a todos, y que permita la creación de una noción compartida de pertenencia, de comunidad y de identidad al interior de una nación incluyente de todas y todos. En la Grecia antigua, el llamado a las armas era considerado como un llamado ineludible, porque se trataba de la defensa, no de un territorio, no de una ciudad, sino sobre todo de un ideal y de un modelo de civilización que permitía la existencia de un sistema de instituciones que garantizaban la libertad y la condición de igualdad para todos los ciudadanos. La construcción de un modelo civilizatorio implica, por lo tanto, la generación de un proceso colectivo de formación que apele a los mejores ideales de convivencia, de tolerancia, de comprensión, de ayuda mutua y de cooperación para la solución de los asuntos públicos. Todo esto nos traslada nuevamente al tema de cómo puede llevarse a cabo un proceso educativo de alcances mayores que nos conduzca a un proceso formativo que por una parte genere habilidades para la vida en una sociedad global, y por la otra, que pueda fortalecer a las humanidades y a las disciplinas que promueven la comprensión y el pensamiento complejo. Uno de los principales problemas en nuestro país es que llevamos más de 30 años en un proceso que ha generado una catástrofe silenciosa en materia educativa. Tenemos coberturas de vergüenza desde la secundaria hasta la educación superior; niveles de aprovechamiento lamentables y un proceso continuo de deserción que lleva el sello de la diáspora masiva que estamos viviendo hacia los Estados Unidos de Norteamérica de una manera mucho más intensa desde la crisis de los 90. Afanosamente, los gobiernos de la República asumieron en los últimos sexenios que nuestro país debía aspirar a ser el receptáculo de inversión en el sector de la transformación y las manufacturas, y por ello, se dijo en su momento, debíamos pensar en ya no formar a “tantos universitarios”, sino técnicos capaces de incorporarse al mercado laboral de manera temprana y en condiciones de competitividad y con base en la formación tecnológica. No se olvide que llegamos al absurdo y la grosería del señor Fox, quien orgullosamente nos veía como un país exportador de jardineros y empleados domésticos. El tiempo ha sido implacable y la realidad nos ha situado en nuestro lugar: ni se generaron los empleos necesarios para absorber al bono demográfico; se vulneró en recursos e infraestructura a instituciones dedicadas a la investigación en humanidades; la inversión en ciencia y tecnología no ha llegado ni al 2% del PIB que marca la ley de la materia; las artes están dejadas al amparo de nada, y en general, el sistema educativo nacional está fracturado, sin capacidad de recuperación en el corto plazo y atrapado por un sindicato orientado fundamentalmente por la mezquindad de su dirigencia. Cuando se argumenta que en nuestro país no hay espíritu emprendedor; cuando el propio titular del Ejecutivo nos dice que quiere construir un “México de ganadores”; la pregunta obligada es si tales posiciones tienen sentido, es decir, ¿por qué necesariamente habríamos de buscar como aspiración colectiva el “éxito” o el “espíritu emprendedor”? Que un Presidente de la República aspire a que seamos un país con una mentalidad de la “Sub 17” nos habla de que el liderazgo nacional está quebrantado por la propia mediocridad de nuestros dirigentes. ¿De verdad el jefe del Estado mexicano no cuenta con mejores referentes que un equipo de futbol, aun cuando éste haya sido campeón mundial? ¿No podríamos aspirar a ser un país en donde la equidad de género fuese tal que estuviésemos llenos de Sor Juanas; donde el apoyo a la literatura y la cultura nos permitiera la formación de cientos de Reyes, Paz, Rulfos; donde la inversión en ciencia y tecnología nos dieran a varios Molinas, formados en nuestras propias universidades y centros de investigación? En México existe un inmenso talento; por ello la pregunta es ¿por qué insistimos y nos afanamos en convertir, como criterio de política pública, a este talento en una runfla de mercaderes sin la capacidad mínima para el ejercicio ciudadano y la formación de colectivos solidarios? Lo más lamentable de todo esto es que hemos querido insertarnos a toda costa y casi a cualquier costo en la globalidad sin antes siquiera cuestionarnos de qué se trata esa inserción y cuáles serían los ámbitos en los que realmente queremos participar, en qué medida podemos hacer que la globalización beneficie a los más pobres, y en qué medida debemos fortalecer nuestra cultura a fin de ofrecer lo mejor de nuestras tradiciones, lenguas y costumbres a la humanidad. La educación de una sociedad debe dirigirse hacia la búsqueda de la libertad, y ello implica la formación de espíritus capaces de comprender el mundo en que viven; un mundo megadiverso en lo ambiental y lo cultural; y un mundo que hoy está afectado por una mentalidad avasalladora del entorno, poco ética y poco responsable. Los seres humanos somos antes que cualquier cosa seres simbólicos, y como tales, podemos aspirar a mucho más que a producir y consumir. Sin embargo, otra vez, las aspiraciones sociales dependen sobre todo de los modelos de educación a que se tiene acceso y dentro de los cuales las personas y los ciudadanos se forman mayoritariamente.La corrupción, la violencia, la discriminación, la desigualdad y la pobreza en que hoy vivimos deben revertirse porque de otro modo la política, las leyes y en general todo nuestro orden social dejaría de tener sentido. En efecto, la organización social obedece a mucho más que a la organización de la producción y en esa lógica, a mucho más que a un juego de propietarios y explotados, a los que habría que agregar a los millones que en el siglo XXI no tienen más opción que el perverso “juego” de la informalidad y la exclusión. Las clases de tortura en los cuerpos policíacos de León y Chihuahua no son una casualidad; la virulencia casi metastásica del narcotráfico y el crimen organizado no son casuales; la impunidad y la incapacidad de la policía del Distrito Federal tampoco lo es; la debacle moral y el cinismo que pesa sobre los gobernadores de Guanajuato, Jalisco, Puebla y Oaxaca, por citar a los más prominentes cínicos e incompetentes en el país, no es sino resultado de la fractura del modelo educativo nacional que, hay que decirlo, comprende mucho más que la educación formal y de los ámbitos escolares. México no puede esperar más a que los políticos actúen, y sin embargo, sin su intervención responsable tardaremos mucho más en modificar nuestras condiciones. Otra educación es posible; de hecho otra educación es exigible para lograr que el talento de millones de mexicanos no tenga que marcharse a otras latitudes para obtener apoyo y reconocimiento; o bien, simplemente tenga que desperdiciarse y fugarse en el drama de la migración, el desempleo, la informalidad o en los casos más dramáticos y tristes, en las adicciones o el suicidio. México no merece esto y es hora de que todos lo asumamos.

No hay comentarios: